Las mismas mega-corporaciones de las cuales rehuyen los consumidores de productos orgánicos en realidad controlan esta multimillonaria industria y determinan que ingredientes son admitidos dentro de la todopodersosa etiqueta de "orgánico"
La etiqueta de “orgánico” en un
producto, especialmente un alimento, se ha convertido en una fórmula
mágica que nos hace sentirnos bien al tiempo que gastamos dinero extra
para obtener una sana alimentación. Sin embargo esta industria, la de
la comida orgánica, al menos en su versión de supermercado, se ha
convertido en una enorme fantasía cooptada por las grandes corporaciones
de las cuales supuestamente huyen las personas que compran productos
orgánicos.
En una lógica perversa el negocio parece
ser redondo. Primero grandes corporaciones, del llamado Big Food,
llenan los alimentos de aditivos, conservantes y demás “químicos” que
contaminan la salud de los consumidores; se crea un movimiento de
conciencia en torno a estos alimentos y se genera una industria que
busca salvaguardar el bienestar del consumidor produciendo alimentos a
la vieja usanza, manteniendo un estándar de calidad. Se populariza el
término orgánico, un tanto difuso, para significar aquellos productos
que no involucran métodos de producción moderna tipificados en el uso de
pesticidas, fertilizantes químicos y modificación genética en general
que no dañan a los animales y al entorno en el que lo producen. Una
especie de purismo ideológico que alimenta.
Los químicos son los enemigos –aunque por supuesto todo organismo es químico naturalmente.
Buscar alimentarse sanamente y romper
con la cadena alimenticia que controlan las grandes corporaciones,
regresar a los pequeños productores y otorgarle ese valioso coeficiente,
perdido en el proceso industrial, de hacer los alimentos con una
intención de nutrir (“hecho con amor” es el slogán favorito).
Sin embargo, ya sea por los invasivos y malignos tentáculos de las
grandes corporaciones o por la ingenuidad del consumidor que lo que
compra generalmente son ilusiones que satisfacen su producción de
dopamina y reafirman cómodamente lo que quiere que sea la realidad, en
muchos casos esta moda de alimentarnos de productos orgánicos no es más
que un plácido y frívolo (aunque sea bienintencionado) autoengaño. Y
ahora son las mismas compañías, que producen o producían alimentos
casi venenosos, las que promueven los alimentos orgánicos, enarbolando
un nuevo mito de comunión edénica a partir del poder inmaculado de la
comida no alterada por los procesos industriales de la modernidad: un
regreso a natura.
El New York Times publica un interesante artículo
sobre la realidad detrás de la gran industria de los alimentos
orgánicos, con un valor anual de hasta 30 mil millones de dólares en ese
país. El hecho de que los consumidores estén dispuestos a pagar más
dinero por un producto orgánico no ha pasado desapercibido para las
grandes corporaciones de alimentos que, recurriendo a su varita mágica,
el marketing, han logrado –sin que el consumidor lo perciba– tomar
control del mercado e influir en cómo y en qué se etiqueta “orgánico”.
Muchos de los grandes nombres de los
alimentos orgánicos han sido adquiridos por las grandes corporaciones de
alimentos sin que esto llegue al conocimiento del consumidor. Bear
Naked, Wholesome & Hearty y Kashi, pertenencen al gigante de los
cereales Kellog; Naked Juice es parte de PepsiCo; y detrás de Walnut
Acres, Healthy Valley y Spectrum Organics está Heinz, la marca de
ketchup cuyo CEO participa en la reuniones Bilderberg.
Esto no es todo,
Coca-Cola, General Mills, Nestle, Kraft y otras megacorporaciones han
“devorado la mayoría de la industria de la comida orgánica en Estados
Unidos. Ingredientes puros, producidos localmente en pequeñas granjas
familiares, no mucho, que digamos”, escribe Stephanie Storm en el New
York Times. ¿Comprarías ese jugo de arándano orgánico si supieras que es
producido a fin de cuentas por Coca-Cola? ¿Te sabría igual?
La junta directiva del National Organic
Standards Board ha permitido el uso de ingredientes como el carragenano,
un polisacárido derivado de las algas que incluso ha sido vinculado al cáncer, o del inositol sintético, que, como su nombre lo indica, se manufactura usando procesos químicos.
Michael J. Potter, fundador de la
compañía pionera de alimentos orgánicos Eden Foods, se niega a poner la
etiqueta de orgánico en sus productos, ya que la considera un “fraude”.
En la medida en la que las grandes
corporaciones han empezado a dominar la junta directiva, que decide los
estándares de los alimentos orgánicos, han crecido los ingredientes
aprobados por dicha industria. Actualmente existen 250 sustancias
“no-orgánica” en la lista; en el 2002 habían solo 77.
En diciembre se estuvo apunto de aprobar
la utilización de amonio nonanoate, un herbicida, votaron a favor
General Mills, Campvell’s Soup, Organic Valley, Whole Foods Market y
Earthbound Farms (sólo falta que Monsanto coloque algunos de sus
pesticidas en la lista o que sea admitido a la junta directiva y no
sería del todo raro que tenga presencia en el mercado bajo una empresa
fantasma).
Alexis Baden Mayer, director de la
Asociación de Consumidores Orgánicos, advierte: “Entiendo que quedan muy
pocas compañías 100% orgánicas. Pero ¿en realidad es necesario añadir a
una compañía como General Mills que tiene tanto interés en promover la
ingeniería genética, promover la nanotecnología y varias otras cosas que
son la antítesis de los principios orgánicos para supuestamente
garantizar la diversidad?”.
Así las cosas en Estados Unidos, pero
seguramente también en muchas partes del mundo en las que se adopta el
modelo comercial de este país. Especialmente en los grandes
supermercados, donde a veces el mismo producto, sólo con la etiqueta
mágica de “orgánico”, cuesta casi el doble. Si quieres comer “orgánico”
lo mejor que puedes hacer es crecer tu propio alimento o comprarlo a
personas conocidas que tengan huertos cerca de donde vives. Aunque claro
que puedes seguir comprando comida orgánica en el supermercado y
seguramente te sabrá mejor y hará mejor a la salud, bajo el efecto "ignorante", siempre y cuando esto le gane a la parte de tu cerebro que te
dice que estás cayendo en un truco de marketing y acabas de desperdiciar
tu dinero y dejar a la deriva tu salud.
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