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| Niño con padres responsables. | 
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| Niños víctimas de padres irresponsables. | 
Nuestra alimentación diaria está rodeada
 por una serie de hábitos sumamente rigurosos, los cuales casi siempre 
—porque los aprendemos prácticamente desde el nacimiento— realizamos “en
 automático”, pasan desapercibidos durante buena parte de nuestra vida a
 diferencia de otros que, sea en la juventud o en la madurez, nos 
atrevemos a cuestionar e incluso a modificar drásticamente. Es cierto 
que algún día podemos decidir, por ejemplo, volvernos vegetarianos y 
romper así con la enseñanza familiar, pero incluso en este escenario 
conservaremos ciertas prácticas aparentemente inmutables.
Una de estas es la idea de que debemos 
de comer cuatro veces al día, algo que tomamos como verdad irrebatible 
pero que parece pertenecer más al orden de la convención social que de 
las necesidades biológicas, sobre todo porque los estudios realizados al
 respecto no coinciden en un criterio único o una norma generalizada y 
recomendable.
Una investigación del Departamento de 
Agricultura de los Estados Unidos, por ejemplo, encontró que hacer una 
sola comida al día, de grandes proporciones, en vez de las cuatro 
acostumbradas, puede ayudar a reducir el peso y la grasa corporal, pero 
incrementa la presión sanguínea. Asimismo, según un estudio en el que 
participaron diversos médicos del National Institute on Aging [Instituto
 Nacional para el Envejecimiento], esa sola comida al día también 
contribuye a desarrollar resistencia a la insulina e intolerancia a la 
glucosa, dos de los factores de riesgo más importantes para contraer 
diabetes tipo 2.
Sin embargo, hay quienes se han 
encargado de estudiar (y recomendar) lo contrario: cambiar el paradigma 
de las “cuatro comidas al día” pero no por una opípara y caligulesca, sino
 por al menos cinco frugales y bien equilibradas que, de acuerdo con 
científicos de la Universidad de Maastricht, en Holanda, reduce los 
riesgos de la obesidad hasta en un 45%.
¿Y no comer? Bueno, esto también ha 
merecido investigaciones. Saltarse el desayuno, según el estudio aludido
 anteriormente, aumenta en un 500% las probabilidades de volverse obeso. En 
cambio, saltarse todas las comidas del día —es decir, ayunar—, comer 
normalmente al siguiente y volver a ayunar al tercer día, y continuar 
así tanto como sea posible, ayuda, de acuerdo con Krista A. Varady y 
Marc K. Hellerstein del Departamento de Ciencias Nutricionales y 
Toxicología de la Universidad de California en Berkeley, a prevenir 
males cardíacos, algunas enfermedades crónicas, la diabetes tipo 2 y varios tipos de cáncer.
Para Paul Freedman, profesor en Yale, «no existe razón biológica para hacer cuatro comidas al día». Se debe comprender que el número de comidas que hacemos es, en esencia, un
 patrón cultural, Freedman aclara: «Los seres humanos estamos cómodos 
con los patrones porque somos en general predecibles corderos. Estuvimos cómodos con la idea
impuesta de cuatro comidas al día. Pero, por otro lado, nuestras agendas y deseos 
se sublevan cada día un poco más a esa idea».
Recordemos, además, que particularmente 
desde las últimas décadas del siglo XX la alimentación se convirtió en 
uno de los cotos más fructíferos para ciertas industrias y hombres de 
negocios. Últimamente, por ejemplo, una de las prácticas más en boga es 
el llamado snack, el refrigerio o bocadito cuyo consumo se sostiene 
sobre todo en dos ideas totalmente falsas: la primera, ya 
mencionada anteriormente, que una dieta de al menos cuatro comidas al día ayuda a
 perder peso; la segunda, que ese producto manufacturado por millones 
está elaborado con ingredientes “saludables”.
En suma, lo único cierto en este asunto,
 como en tantos otros, es que no hay una verdad última y absoluta. Por 
el contrario: hay interpretaciones de hechos más o menos comprobados que
 algunos utilizan para su provecho (casi siempre económico). En tu 
alimentación, como en cualquier otro aspecto de tu vida, lo mejor que 
puedes hacer es informarte qué es lo mejor para vos —para tu cuerpo y tu 
mente y también para tu entorno— y actuar en consecuencia.


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