El descubrimiento de que las células
emiten luz de baja intensidad nos ha permitido comprender por fin los
principios básicos de la evolución biológica. Es más, ha permitido
encontrar explicaciones sobre el influjo del medio ambiente
electromagnético en la evolución de la vida y entender aspectos de la
investigación farmacológica, la nutrición, la división celular, el
cáncer… Llegada es, pues, la hora de poner fin a la disociación entre
Biología y Física.
Hoy sabemos, de hecho, que la luz juega
un papel fundamental en los procesos moleculares invisibles excitando
las moléculas y modificando sus niveles energéticos, siendo lo que hace
posible gran cantidad de reacciones bioquímicas. Y es que en el
microcosmos molecular se produce un intercambio de luz posibles a partir
de estados electrónicos activados que implican la liberación y el
intercambio de fotones. Es decir, ya no puede afirmarse que las
características esenciales de la vida dependan sólo de procesos
metabólicos -que representan intercambios de materia y energía- sino también de
intercambios y transferencias de información. Y, por
tanto, no es suficiente ya con estudiar los detalles relativos a la
transferencia de informaciones bioquímicas -como, por ejemplo, las
hormonas- o la transferencia de informaciones biofísicas habituales
-como las diferencias de potencial y los gradientes de concentración.
Los problemas de recepción, transferencia, almacenamiento y
procesamiento de las informaciones biológicas, tanto en las células
aisladas como en los organismos, son pues, para la ciencia de hoy, de
vital importancia.
Y piénsese que las ondas
electromagnéticas (fotones) abarcan en los sistemas vivos un amplísimo
rango de amplitud y de frecuencias: desde menos de 1 hertzio a más allá
de 1015. Altas frecuencias en las que se encuentran, en general, líneas
de resonancia espectral de naturaleza específica y probablemente
individuales: son las reacciones sensibles de los organismos vivos a las
exposiciones a ondas electromagnéticas de frecuencias bien
determinadas. Aunque parece que las longitudes de onda más largas son
activas sobre superficies mayores -como las de los órganos- y las
longitudes de onda más cortas intervienen a distancias más reducidas
-como células y moléculas-. De hecho, en los vertebrados superiores se
pueden obtener poderosos efectos con frecuencias comprendidas entre 1 y
100 hertzios.
LA LUZ EN LA TRANSFERENCIA DE
INFORMACIONES BIOLÓGICAS
“Las células vivas emiten normalmente
una corriente fotónica constante. Corriente que se modifica de modo
abrupto cuando un virus penetra en las células: exaltación de radiación-
silencio-nueva exaltación y después extinción progresiva de la
radiación en ondas múltiples hasta la muerte de las células. Esto
recuerda casi la crisis de dolor de un animal”. (Kaznatchejev y
Micahilova)
Cada vez es mayor la evidencia
científica de que existe comunicación entre las células a través de la bioinformación
electromagnética. La radiación fotónica -ultra tenue-
se revela así como un común denominador en todos los seres vivos, en los
que se manifiesta bajo la forma de emisiones ultradébiles de fotones
que tienen un valor de comunicación por emitirse a ritmos específicos
constantes. Emisiones que se constituyen en el sustrato portador
fundamental de informaciones biológicamente significativas y que fueron
ya descritas en Biofísica a comienzos del siglo XX si bien sólo se
reconoció su importancia en la biología a partir de los avances en las
técnicas de detección de biofotones. Ya en 1922 el biofísico ruso
Alexander Gurwitsch observó que al aproximar las raicillas de una planta
de cebolla al tallo de otra planta de cebolla se induce una
multiplicación celular en el tallo sometido a tal influjo, reconocida al
microscopio por un aumento de la mitosis.
Efecto que se bloqueaba cuando se
cubrían las plantas con tubos de vidrio. Pues bien -con gran sorpresa
del investigador-, ese efecto volvía a aparecer si en lugar de vidrio
las plantas se introducían en tubos de cuarzo. Y como la posible
transferencia química podía descartarse concluyó que tenía que deberse a
la luz ya que el vidrio absorbe la radiación ultravioleta mientras el
cuarzo la deja pasar. ¡Una luz que influía directamente sobre el ADN!
(Tan sensacional descubrimiento sería corroborado en 1974 por el Premio
Nobel de Física Denis Gabor -descubridor del principio de la holografía-
al reproducir minuciosamente en los laboratorios de Siemens de Berlín
los experimentos de Gurwitsch estableciendo además que los fotones
aislados pueden desencadenar la multiplicación celular.)
A continuación, en 1954, los italianos
L. Colli y U. Facchini constatarían que también los embriones de
diversas semillas de cereales emiten luz. Componentes luminosos que se
distribuyen desde la zona verde hasta la zona roja del espectro. Hoy
sabemos que la propiedad de conversión fotón-fonón de la melanina (un
polímero de dopamina sensible a la luz y responsable de la pigmentación
de la piel y el color de los ojos) da cuenta de cómo una vibración
electromagnética (fotón) puede convertirse en una vibración acústica de
menor velocidad. Lo que explica que un fenómeno de resonancia entre la
melanina de la piel y la neuromelanina -situada en los circuitos más
críticos del sistema nervioso central- de lugar a la transferencia de
información mediante luz hasta el cerebro explicando su subsecuente
efecto sobre el comportamiento.
Ello explica el significativo efecto
terapéutico del láser infrarrojo de débil intensidad modulado a muy
bajas frecuencias que durante más de dos décadas he utilizado
personalmente -junto a mi equipo de colaboradores- en el campo de la
bioenergética médica. Los científicos S. Stschurin, V. P. Kaznatchejev y
L. Michailova han confirmado también -con más de 5.000 experimentos-
que las células vivientes transmiten informaciones a través de los
fotones y, en particular, a través de la luz comprendida en la banda de
radiaciones ultravioleta.
Su experimentación la describirían así:
“Las células, inmersas en una solución nutritiva, se encontraban en dos
balones de cuarzo que estaban en contacto entre sí. Pues bien, uno de
los cultivos celulares fue contaminado por un virus y se constató que,
prácticamente de forma simultánea, las células de la colonia contigua
enfermaron también. Ese mismo fenómeno se produjo cuando en uno de los
recipientes las células fueron destruidas por dosis de radiación
ultravioleta o envenenadas. En cada ocasión, las células del recipiente
vecino enfermaron también mostrando los mismos síntomas. Y eso a pesar
de que ambos recipientes estaban aislados ya que sus paredes eran de
cuarzo. Bueno, pues cuando se utilizó vidrio en lugar de cuarzo las
células quedaron protegidas y no hubo transferencia de la acción
patógena. Por tanto, la misma no pudo deberse a los productos químicos o
a los virus introducidos en el primer cultivo. De hecho, éstos no se
encontraron en el cultivo vecino…”
Stschurin -uno de los científicos que
efectuó el experimento- declararía sobre las implicaciones para la
Medicina de este descubrimiento lo siguiente: “Como las células afectadas
por diferentes enfermedades presentan características de radiación
diferentes estamos convencidos de que los fotones pueden informarnos con
antelación de cualquier principio de degeneración perniciosa y
revelarnos la presencia de virus.”
F. A. Popp -biofísico alemán autor de
numerosas comunicaciones científicas sobre biofotones- confirmaría luego
en sus investigaciones que la luz, fuente fundamental de energía, es la
base de todos los procesos vitales. En su modelo -respaldado hoy por
numerosas investigaciones efectuadas ya en el mundo-, los quantos de luz
(fotones) representan el motor de procesos biológicos fundamentales en
la evolución, desarrollo, diferenciación y degeneración celular.
Popp confirmaría igualmente que la
célula emite radiación electromagnética coherente. Y que esa coherencia
es la que da a la radiación la propiedad de resonancia y el
extraordinario poder energético del láser. Sus experimentos demostrarían
además que ese efecto láser proviene de una resonancia entre los
fotones (de una emisión de luz exterior) y el campo electromagnético
emitido por el ADN sólo que pudiendo manifestar sus efectos a distancia,
lo que lo distingue de las reacciones químicas.
En este ámbito se han constatado además
otras cosas: 1) Que las radiaciones de las células próximas a su muerte
se intensifican antes de extinguirse definitivamente. 2) Que la lesión
provocada a cualquier planta hace que la radiación celular aumente en
otras plantas, incluso no estando cercanas. 3) Que los procesos de
reparación del ADN lesionado están relacionados con la fotorreparación o
fotorreactivación, fenómeno experimentalmente establecido por el cual
los daños genéticos de las células y las formaciones celulares
-cualquiera que haya sido el modo en que se provocaron- se reparan
prácticamente siempre en sólo unas horas cuando son irradiados por una
débil radiación ultravioleta de una banda espectral particular
(alrededor de 400 nanómetros de longitud de onda). Descubierta
primitivamente en las bacterias, esta reparación gracias a la luz ha
sido luego puesta en evidencia sobre los organismos superiores y,
finalmente, en el ser humano. Está en la misma banda espectral de la
radiación ultravioleta en la que se manifiestan las interacciones
patológicas de la luz y cae en el mismo rango de fotorreactivación.
Fuente: Dr. Jorge Carvajal
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